El periodo de la Transición en España fue, cuando menos, un difícil momento en el que nadie, salvo el Rey y Adolfo Suárez y su gobierno, sabían hacia dónde se dirigía el país. Esto se podría multiplicar por un número alto en el País Vasco. El paso hacia la democracia en la región se veía continuamente. Alguna vez en pequeños detalles. Otras, las más, o al menos las que se recuerdan, en grandes. En esta última descripción entran las elecciones del 15 de junio de 1977 o, como no, la Ley de Amnistía a los presos etarras poco después, el 15 de octubre del mismo año. Unos guiños que bien podrían haber supuesto el fin del terrorismo que buscaba, en principio, la derogación de la dictadura y de la opresión del “Estado español”. Estas dos circunstancias, respectivamente, se dieron en estos dos actos mencionados por lo que cuando ETA militar no cesó en su política de sangre y muertes hasta los periódicos afines a la causa, como EGIN o Punto y Hora de Euskal Herria, criticaron el paso dado por el grupo terrorista.
El proceso de la Ley de Amnistía, de la que aquí vamos a tratar, comenzó muy pronto. ETA político militar junto a EIA, la cabeza política, la exigieron ya para normalizar la situación, por su parte, en Euskadi. Esto es, para presentarse a las elecciones con la coalición Euzkadiko Ezkerra (EIA y EMK), partido que desde el momento en que vio el gesto del Gobierno español del extrañamiento de parte de los presos abertzales, no dudó de que el proceso de democratización era real y, por tanto, actúo en consecuencia. No tanto alguno de sus dirigentes o su brazo etarra, del que acabaron por desmarcarse hasta que estos últimos desaparecieron o se dispersaron en 1982
Este gesto, válido para algunos, no lo fue para la sección de ETA militar, más radical y menos consecuente con sus palabras. Ellos decidieron no presentarse a las elecciones y pedir la abstención, lo que a la postre fue su primer fracaso. Euzkadiko Ezkerra consiguió un senador y un diputado mientras que la abstención apenas superó en un punto a la total de España. Es en este contexto, en el de un sentimiento de traición, dolor y, ante todo, fracaso, en el que se deben entender los actos que posteriormente realizaron.
Después de estas pinceladas del año 1977, la historia nos lleva a octubre, mes clave e inicio de la auténtica represión que tuvo lugar en los llamados ‘años de plomo’. A él se llegó con manifestaciones multitudinarias, en septiembre y sólo en las principales ciudades vascas, en las que se pedía la amnistía para los presos vascos que aún permanecían en la cárcel. Una situación difícil, en la que los atentados parecían estar legitimados por la sociedad vasca, con la que tenía que lidiar el jefe del Ejecutivo, Adolfo Suárez.
Además, en el Congreso la situación era la contraria. Él era partidario de dar el paso para conseguir la normalización democrática que se pedía desde la región del norte. Otros pesos pesados, en especial Alianza Popular de Manuel Fraga, pensaban que era una locura condonar a presos manchados de sangre. La cuestión es que finalmente, tras una larga discusión que acabó de madrugada, el 6 de octubre se decidió que se les iba a conceder la amnistía total. Se votaría el 14 de octubre en las Cortes para que sólo un día después fuera aprobada.
Durante ese corto espacio de tiempo se vio una evolución sin precedentes de los diarios afines a la causa etarra. Si bien el diario Egin se mostró alejado del anuncio de la amnistía en un principio, la acabó acogiendo como un gran triunfo no tanto de ETA militar como de la sociedad vasca. Lo mismo, aunque aquí no se vaya a discutir, le ocurrió a Punto y Hora de Euskal Herria.
Así, en los dos días posteriores al anuncio de la amnistía, Egin titulaba sus noticias como “proyecto definitivo de amnistía: limitado y confuso” o “una amnistía de interpretación difícil”, en las que se mostraba reticente a pensar que, verdaderamente, se trataba del perdón total. Es el juego, democrático por cierto, de seguir presionando hasta que no se haga efectiva la medida buscada.
En los editoriales ocurría, por supuesto, lo mismo. El del día 8, sin tener mucho que ver con la amnistía, utiliza el lenguaje conocido del miedo, de la normalidad de la sangre y las muertes. Este argumento vale para cualquier asunto. En este caso, el escrito versaba sobre una manifestación de trabajadores de Punto y Hora de Euskal Herria debido a la destrucción de una de sus sedes. En el editorial de Egin se pueden leer frases tan vistas en otras ocasiones como “muchas veces con sangre, pero ya sin asombro alguno”. Este hecho, aún alejado del tema principal, es un punto muy importante para comprobar el lenguaje posterior que se fue labrando desde el 9 de octubre.
Ese día, todos los periódicos, también el Egin, amanecieron recogiendo en portada un nuevo atentado sin adjudicar a nadie todavía. Era el del presidente de la Diputación de Vizcaya, Augusto Unceta, junto a los de sus dos escoltas, Antonio Hernández y Ángel Rivera. El titular que eligió Egin para esta noticia, “intenso rastreo en todo Euskadi”, dista todavía mucho de una condena aunque, es cierto, tampoco de lo contrario. De hecho, en las páginas interiores del diario se cuenta el suceso sin alardes a la violencia ni menciones a ETA militar. No las hay, tampoco, en las informaciones de condena al atentado por parte de todos los grupos políticos a excepción de los ligados a la rama militar de ETA. Esto unido a la negativa rotunda de los ‘polimilis’ hacía indicar que, aunque no hubiera reivindicación, el atentado había sido suyo.
El hecho se confirmaría dos días después en el propio diario Egin. Los entierros marcaban las páginas centrales y la reivindicación del atentado de ETA militar sólo tenía lugar en la esquina superior derecha de la página cinco. Hay que decir que las primeras páginas interiores corresponden a la provincia en cuestión y, consecuentemente, cambian en función de a quién se dirijan. A efectos prácticos, por lo tanto, se encontraría en la página dos lo que, de cualquier modo, le aleja de la portada donde, sí es cierto, venían recogidos gritos de los asistentes al funeral a la rama militar de ETA, al igual que al Gobierno español. Este hecho, unido al propio editorial que ahora se relatará, hacía suponer que relegar la noticia, casi sabida pero no por ello menos importante, a las páginas interiores del periódico no era una estratagema para salvar una vez más a los terroristas, no. Esta vez era discordancia con lo realizado.
En el comunicado reflejado en el periódico, ETAm dice lo siguiente: “su acción no puede desestabilizar la democracia porque en el estado español no existe ninguna democracia. Tenemos la misma dictadura militar de siempre, pero con expresión sonriente”. De esta manera, como siempre, legitimaba el nuevo atentado a pesar de tener cada vez menos razones. Detrás, seguramente, estuviera el hecho de que quien estaba ganando era ETApm, el Estado español y la sociedad vasca. Ellos no podían permitir que no fueran ellos los que ganaran, pero esto es otro tema.
Lo mismo pensó el diario Egin. En su editorial del día, la crítica se cebó con la nueva ETA militar que comenzó ese día. El objetivo ya no podía ser el mismo. La democracia no era un hecho pero todo parecía indicar a que lo fuera en el futuro cercano. El problema de los presos vascos, a lo que siempre, incluso ahora, han recurrido, tampoco había sido solucionado pero había fecha para ello. Egin no pudo entender qué es lo que se buscaba:
“Nuestro país padece las consecuencias de un proceso acción-reacción provocado desde posiciones antagónicas. […] Mientras la represión fue brutal y sin concesiones, la respuesta violenta encontró, cuando menos, comprensión, y no pocas veces ayuda y aprobación. Ahora la violencia, más que una respuesta parece una iniciativa, y esto puede explicar su condena, incluso por parte de quienes otras veces prefirieron el silencio. No querían condenar lo que, quizás sin compartirlo, entendían. Hoy condenan lo que han dejado de entender. […] Cerrarse a todo replanteamiento de los modos de lucha en defensa de los objetivos nacionales, empeñarse en actuar como autodesignados administradores de la voluntad de resistencia de un pueblo sin atender a lo que el propio pueblo va diciendo cada día sobre su propia voluntad de actuación, es adjudicarse un peligroso mesianismo que, en el mejor de los casos, sólo puede conducir a un callejón sin salida ”.
Como se puede comprobar, ésta fue la separación del diario Egin y la rama militar de ETA. No duró demasiado ya que el director por aquella época, Mariano Ferrer, fue destituido poco después, en mayo de 1978, por la discordancia con la línea llevada por ETA. Sigue leyendo →