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Cuando nació pocos pensaban que iba a durar tanto y tan intensamente pero el Tea Party se ha convertido, para muchos, en una forma de vida. Desde que una chica de Seattle llamada Keli Carender decidió darle forma a su descontento, forjado en el anterior gobierno republicano de Bush y continuado con el de Obama, el Tea Party nunca ha dejado de crecer. Y esto es importante. No tanto su crecimiento sostenido como el hecho de que el descontento comenzara en la época en la que Obama todavía no estaba en el poder. Carender, como otros muchos, se quejaba de que se le diera más importancia al matrimonio gay, por ejemplo, que a los problemas derivados de la responsabilidad fiscal. Esto tomó una forma definitiva cuando Bush creó el Troubled Asset Relief Program (TARP) para ayudar a las instituciones financieras que se encontraban en una situación difícil tras el estallido de la crisis.

Obama siguió por este camino, con un plan de estímulo, y el Tea Party, ya cocinado en los corazones de los más libertarios, salió a flote. Primero en el blog que Carender creó, The Liberty Belle, en alusión a la campana expuesta en Philadelphia que representa el símbolo de la independencia del país, y cuyo comienzo rezaba lo siguiente: “Lo primero que se me ocurre es que no estamos lo bastante organizados como para culminar la revolución que tan desesperadamente vuele a necesitar nuestro país. […] No digo soluciones alternativas que sigan significando un Estado grande, sino más bien soluciones que los ciudadanos reales, de todos los días, pudieran poner en práctica sin el Gobierno. Necesitamos algo atrevido, diferente y real”. Fue el comienzo de una manifestación pequeña en el propio Seattle que lanzó a la fama luego el reportero de la CNBC, Rick Santelli, en Chicago. Allí, en la bolsa, se quejó de que el plan de ayuda a las hipotecas de Obama estaba “promoviendo comportamientos indeseables” que recompensaba a los “perdedores”. Le dio el nombre del moderno Tea Party y lo simbolizó con una reunión a las orillas del Lago Michigan.

El comienzo del movimiento sirve para saber que nació ajeno al Partido Republicano a pesar del posterior desarrollo y con una clara vuelta a los comienzos de la nación, a la Constitución primera, sin enmiendas. Todos a una pero ningún líder por encima de los otros. Esa es la esencia. Entonces, ¿el movimiento es ‘sistema’ o ‘antisistema’?

No es tarea fácil dilucidarlo. El Tea Party, según lo visto, se asemeja al 15-M español aunque, obviamente, desde una ideología más conservadora, prueba de la hegemonía de ese sistema en Estados Unidos desde hace ya mucho tiempo. En definitiva, el Tea Party surge desde el descontento económico ajeno a cualquier partido y al sistema actual, la famosa frase “no nos representan” ya se utilizaba allí, y no tiene, ni quiere, un líder. Algo, sin ninguna duda, antisistema. Sin embargo, el desarrollo del mismo es lo que trae las dudas razonables.

Así es, el Tea Party fue criticado duramente por sus adversarios pero apoyado significativamente por los más cercanos a sus ideas. Think tanks bien relacionados como FreedomWorks comenzaron a trabajar con ellos, medios de comunicación como el prestigioso Fox News les apoyaban y asesoraban e, incluso, miembros del Partido Republicano también se acercaron a sus ideas para ganar los votos de los más intransigentes. Sólo algunos ya que, por regla general, la lucha entre ambos era muy intensa incluso en muchas primarias.

Porque este es otro tema. Fue un grupo que nació al borde de la política pero que, en cuanto pudo, dio el salto. Sólo dos meses después de su ‘nueva creacción’, el Tea Party ya comenzó a pedir el voto. En el llamado Tax Day, día último para presentar la declaración de la renta el 15 de abril del mismo 2009, ya se incrustaron en el sistema para pedir el voto a ciertos representantes que ellos consideraban buenos para sus objetivos. Esto fue debido a la mano de Brendan Steinhauser, la persona central de FreedomWorks en el Tea Party, que arengó a las masas para ello. Sin embargo, en su cabeza, comedida, estaba más la posibilidad del futuro que del presente. Sentando las bases en el partido republicano, en 50 años, se podría llegar al nivel siguiente.

Mientras, Glenn Beck, presentador estrella de Fox News iba mucho más allá. Ayudaba desde su posición a la ampliación del movimiento utilizando la teoría del enmarcado. Por creencia o reiteración, lo cierto es que sus teorías fueron calando. Consiguió que muchos odiaran aún más a Obama al que le llamaba en antena “zarista” o “marxista”. Según una encuesta de The New York Times y CBS el 30% de los seguidores del Tea Party creía que el presidente era musulmán y que había nacido fuera del país. También comparaba la legislación de atención sanitaria, piedra angular que había que eliminar para los miembros del Tea Party, con Pearl Harbor o la Guerra de Secesión. Pero, sobre todo, creó un nuevo grupo haciendo acopio de la idea ya incrustada de la vuelta atrás en el tiempo a los años de la creación de la Constitución. Desde la cadena habló de un nuevo grupo, el ‘Proyecto 9/12’, que hacía referencia a los nueve principios fundamentales y a los doce valores eternos de Estados Unidos, entre ellos el amor a América y a Dios, la justicia para todos, la caridad como algo personal o la necesidad de que el Gobierno fuera controlado por las personas y no al contrario. Un gran poder, una gran fuerza en estas palabras que enseguida se notaron y esto fue devastador pese a éxitos posteriores. El Tea Party se multiplicó pero también estaba dividido en numerosos grupos bajo un mismo paraguas. El movimiento lo formaba ya mucha gente que no quería lo mismo pese a que desde FreedomWorks se instara a no hablar de temas sociales. El objetivo era claro: “responsabilidad fiscal, Gobierno limitado y libre mercado”.

Efectivamente, este nuevo Tea Party parece un partido político, un ala del Partido Republicano que, por supuesto, estaría dentro del sistema. Sus peticiones, pese a las críticas, son constitucionales ya que, de hecho, forman parte de la Constitución, y su único objetivo es devolver a la Carta Magna su esencia, la que, según ellos, las enmiendas establecidas a lo largo de la historia quitaron, en especial tras la Guerra de Secesión y el New Deal. Que el Estado sea más pequeño para que no interceda en el futuro de las personas. Se hacía referencia a Jamestown, el primer asentamiento inglés en Estados Unidos, para explicar que repartir no era bueno porque mataba las aspiraciones de la gente, aunque en Jamestown se explotaba a los estadounidenses para conseguir oro para Inglaterra.

Sin embargo, con todos los fallos de calado que tengan las teorías del Tea Party, éstas cuajaron. No es de extrañar en un país como Estados Unidos donde salvo Jimmy Carter, Bill Clinton y ahora Obama, el resto de presidentes han sido conservadores desde tiempos de Richard Nixon. E, incluso, Carter y Clinton tuvieron que acoger muchos términos republicanos para ser elegidos. Obama es la excepción a pesar de que él utilizara a Lincoln en muchos momentos de su carrera política. Un Lincoln que también es aclamado por los seguidores del Tea Party.

Pero el asunto es que, a pesar de todo, el Tea Party siguió triunfando. Y eso se comprobó en las elecciones de 2010 al Senado. Primero, el 19 de enero, cuando Scott Brown, republicano, venció en Massachusetts a Martha Coakley, demócrata, en su terreno, gracias a la aportación de los seguidores del Tea Party, también en dinero, que buscaban el objetivo de parar la reforma sanitaria. El triunfo fue aún mayor el 2 de noviembre, día de elecciones en muchos estados donde vencieron senadores que habían acogido el movimiento desde el principio: Rand Paul en Kentucky o Marco Rubio en Florida son los más determinantes. Sin embargo, se quedaron fuera otros como la aspirante por Delaware, Christine O’Donell, que llegó a decir que los homosexuales crearon el sida, o la también aspirante por Nevada, Sharron Angle que también cometió un error al afirmar que los embarazos de las víctimas por violación podrían ser deseo divino.

Estas salidas de tono, junto con otras que se han venido desarrollando desde entonces, hacen referencia al cúmulo de personas que forman parte del movimiento Tea Party. Muchos, los que quizás menos lo parecen, están dentro del sistema y luchando, incluso, por un puesto en el Capitolio. Otros, los más, están fuera manifestándose en contra de lo que ellos consideran injusto. Ayudan, eso sí, por regla general a que el más afín a sus ideas gane en las elecciones de su estado, algo que no debe confundirse con formar parte del sistema. Debido a lo variopinto del movimiento se podría decir que está a caballo entre ser ‘sistema’ o ‘antisistema’. Sin embargo, pese al triunfo que hayan podido tener en las urnas (no tanto en 2012 en las presidenciales donde no se llegaron a posicionar de la misma manera que en 2010), el Tea Party es, en esencia, un movimiento social de base surgido del descontento de la sociedad con sus (no) representantes. Es, efectivamente, un 15-M con las ideas claras donde lo que predominan son los mayores, algo que, a pesar de la imagen que se quiera transmitir, no evita que también sea un movimiento antisistema. Que la huida sea hacia adelante o hacia atrás, que en el desarrollo del mismo se haya incrustado gente del sistema, o que la violencia verbal o física aparezca o no, no debería suponer ningún problema para decir que el Tea Party, aún hoy, sigue siendo antisistema. Esperaremos a Steinhauser y sus 50 años para saber si en el futuro también lo es.