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La inmigración ha sido, es y será un tema muy importante para la política en general. Las fronteras y la pertenencia a un país o nación son un problema de difícil solución que rara vez gusta a todas las partes. Así es, la coyuntura de cuáles deberían ser realmente las fronteras y qué facilidad puedan tener los ciudadanos para traspasarlas es necesario delimitarla para vivir en buena armonía. El cómo hacerlo es donde se discrepa entre países, partidos y personas.

Nada es bueno o malo, simplemente diferente. Se puede partir de esa base para explicar los diferentes criterios existentes. En un tema tan complicado como éste, aún más. Y todo se puede empezar a ver desde el prisma catalán. Los límites territoriales, la nación independiente que piden ciertas voces de la región es algo demasiado amplio como para dejarlo pasar. Es obvio que para estudiar el tema habría que buscar una distancia lo suficientemente alejada, algo poco probable para cualquiera. Más todavía para un español o catalán. Sin embargo, es posible intentarlo.

Las fronteras se asignaron en su día en base a criterios más o menos razonables y justos, pero parece obvio que se hizo con una clara intención de ajustar lo máximo posible las culturas, idiomas e historia. De sobra es sabido que es un tema delicado y que, posiblemente en este caso, si se le hubiera dado su propio territorio independiente a Cataluña sería España quien pidiera la unión aludiendo a los mismos motivos a los que ahora se refieren los secesionistas. Por eso hay que ser cautos, ambos, y ceder parte de las pretensiones para ajustarlo al otro. Solo así se llega a acuerdos.

Este problema, extrapolable a todos los casos en las que las fronteras no estén claras, no es, sin embargo, el de la solución más difícil. El quién es ciudadano de dónde y a qué precio le supera en abstracción y, por tanto, en complejidad. Las leyes de inmigración o las aduanas han sido un tema recurrente y de gran polémica en los últimos años. Desde 2001 y los atentados a las Torres Gemelas muchos países han endurecido las reglas para formar parte de esa nación. Es cierto que no mucho antes todavía era más complicado. Fueron las democracias liberales las que trajeron esa libertad e igualdad que permite, cuanto menos, discutir un tema que vuelve a estar de moda. En crisis todo lo está y ahorrar es el principal valor. Al final todo se reduce a economía.

Así, el Tratado de Schengen por el que se permitía (y permite) la libre circulación de personas en la Unión Europea vuelve a estar sobre la mesa. Que un español se aproveche de las ayudas alemanas no gusta, lógicamente, allí. Que un marroquí lo haga en España, tampoco. En la mayoría de los casos, efectivamente, no se trata de un tema cultural, sino económico.

Es un pensamiento ampliamente extendido el que vivimos en una sociedad cosmopolita, en una sociedad internacional, con los mismos valores y sistemas políticos en occidente. Una sociedad cosmopolita no en el más amplio sentido de la palabra, claro está. Es un mundo con fronteras, lo que alejaría el término, pero son unos límites ficticios en muchos aspectos y que solo sirven, en pocos, para hacer más gobernable el mundo. Instituciones propias a uno mismo y ajenas a los demás. No se malinterpreten las palabras. No son malas las fronteras en este sentido. Al contrario. Nada lo es si no se radicaliza.

Por eso hay que evitar crear sentimientos de racismo o xenofobia. Indiferentemente si el camino seguido es cultural o económico. Se puede defender lo de uno, se debe hacerlo, pero sin caer en declaraciones que incurran en extremismos. En el caso de España, por ser el más cercano, se puede ver esto. El anterior Gobierno del PSOE, liderado por José Luis Rodríguez Zapatero, realizó una ley de inmigración muy suave por el que se podría adquirir la nacionalidad de una manera que muchos no dudaron en llamar gratuita. Por supuesto, las críticas no llegaron, en su mayoría, por el tema cultural. No habría por qué. Nadie es culpable de nacer en un territorio o en otro, pero esto es un tema que ya se tratará más adelante. Las voces discordantes llegaban por la economía. El Estado debía mantener a esas personas que no hacían lo propio con las arcas del Tesoro. No todos, es obvio, pero es un hecho que muchos no cotizaban a la Seguridad Social. ¿Culpa suya? La misma o menos que la del empresario. Muchos españoles, al fin y al cabo, también lo hacen. Fomentar el racismo a través de esta idea no es lógico.

En otro caso nos encontramos con el actual Ejecutivo comandado por Mariano Rajoy. No hace mucho tiempo, en noviembre, se lanzaron unos rumores, un globo sonda, sobre la adquisición del permiso de residencia para aquellos inmigrantes que compraran una vivienda superior a 160.000 euros de valor. Dinero y burbuja inmobiliaria. Dos problemas tan importantes de subsanar como una medida criticable. Mirar por uno mismo, sí, pero siguiendo el tono liberal. La libertad e igualdad no es algo a poner en el punto de mira por un intento de ahorrar. Esto también es mirar por el futuro. El endurecer las medidas para adquirir la ciudadanía no es criticable si se basa en términos liberales, el hacerlo solo para algunos sí que lo es.

Si nos fijamos únicamente en la cultura todo se simplifica. Sí, es cierto que existe un folklore al cual pertenecemos. Uno que es diferente al del otro, aunque en el caso de los países occidentales solo sea por el idioma. Nuevamente el cosmopolitismo al que se hacía referencia anteriormente. Porque la lengua, siendo la característica más relevante de una nación y la necesaria en muchos países para adquirir la ciudadanía, no deja de ser algo que se puede aprender. Diferente es el folklore más interior, la cultura más honda, como las costumbres o la religión. Esos sentimientos y actitudes difíciles de cambiar por lo arraigado de sus raíces.

Por eso donde sí hay diferencias notables y ciertas reticencias es entre occidente y oriente que, en muchas ocasiones, tiene que ver con el también mencionado atentado del 11-S o los posteriores. Y es aquí donde nos encontramos con el pequeño dilema. ¿Qué cultura es mejor? Ninguna y todas. La tuya, por serlo, no es superior a la del otro. No por nacer en un país específico eres peor. La suerte, en este caso, no existe o no debiera existir. Las fronteras están ahí y son buenas siempre y cuando se tengan en cuenta para lo que se debe y no se extralimiten en sus funciones. Curiosa personificación de algo que ni siquiera existe físicamente.

Sin embargo, no por la creencia de que cierta cultura es superior a las otras sino por el hecho de la convivencia pacífica, el que emigre a un país debe asimilar esa cultura. Por supuesto no es que alguien musulmán se convierta al catolicismo, es que se respeten esas creencias y se conviva con ellas sin criticarlas. Si la ley, justa o injusta, dicta la imposibilidad de llevar burka, por ejemplo, se debe respetar más allá de la cultura de uno. Eso o no ir a ese país. No se entra, repito, en la justicia de esa ley ya que esto sería otro debate diferente. Medidas más o menos duras respetando el espacio del liberalismo.

Por todo lo anterior sería buena una ley de inmigración permisiva en lo cultural con peros en lo económico. La adquisición del permiso de residencia debiera ser lo suficientemente fácil para permitir la movilidad de las personas sin olvidar que los países ya están dispuestos por su propia cultura. Esto es, la posibilidad de emigrar sin que el país receptor vea alterada su propia existencia ya que, en el caso de no mirar esta segunda característica, el mundo se convertiría en un cosmopolitismo bueno en alguna cosa y mala en muchas. No hay que dejar caer en el olvido que el mundo se puede gestionar gracias a que cada nación se autogestiona. No es un secreto que un país pequeño es más fácil de gobernar que uno grande. Aunque solo sea porque los problemas son acorde al tamaño del país. El ejemplo está en la Unión Europea, un tanto caótica en muchos aspectos, y en cada uno de sus integrantes, mucho más manejados y manejables salvo en las circunstancias actuales de profunda crisis económica que complica mucho las cosas.

Por eso también se debe tener en cuenta el propio periodo que se vive en cada momento para realizar las leyes que rijan la movilidad de las personas entre países. No puede ser la misma en un momento de superávit que de déficit. El dinero para mantener no es el mismo. Aunque, eso sí, para ello se podrían buscar otras alternativas. Cuidarse de que no existan irregularidades en el mercado laboral podría ser la primera y eso permitiría dar pasos agigantados en las leyes de inmigración de las naciones. Que es un tema complicado no cabe duda, que todos parecemos obcecados en hacerlo más, tampoco.